sábado, 10 de septiembre de 2011

Forjando la propia mente

A la temperatura de forja la nueva pieza de acero 1075 alcanza una familiar tonalidad naranja. La cristalina estructura se expande. Sale al yunque y baja el martillo entre las chispas y el singular olor que emana del acero al rojo. Vuelta a la fragua cuando el naranja se oscurece.

Espera antes de volver a empezar de nuevo, tantas veces como sea preciso, para que la pieza adquiera su forma final, sin importar el tiempo ni el esfuerzo requerido.

Muchas caldas y muchos más golpes después, cuando la pieza tiene la forma y dimensiones deseadas, vuelve a entrar al horno, hasta que el naranja es brillante y revela el momento en el que la estructura del acero se ha expandido hasta el punto tras el que, de súbito, es preciso sumergida en el balde de templado para cambiar sus propiedades mecánicas: Resistencia al desgaste, flexibilidad, dureza y tenacidad.

De calor a frío de golpe. La nube de vapor y el siseo en el líquido espumarajeante me recuerdan las similitudes con mi propia evolución: Cómo las experiencias vividas, los aprendizajes, los miedos y su superación, el dolor y la alegría, constituyen el proceso de transformación de mi propia mente.

Al sumergir la pieza en el frío fluido, la estructura del acero se contrae. Sin alterarse sus propiedades químicas, sí lo hacen las mecánicas, que harán de la pieza resultante una diferente a la inicial.

Tras el trauma del templado, la pieza vuelve al horno, esta vez a una temperatura inferior a la de calda. Es el revenido, cuya finalidad es relajar tensiones internas del acero, para evitar que sea quebradizo.

Es preciso conocer bien el proceso, no excederse en el punto crítico del temple y respetar el revenido, pues podríamos lograr un acero inservible ante las exigencias del Cambio: Para nada sirve, salvo para herirte, una espada frágil.

El pulido, tras el revenido, hace aflorar el bello gris del acero, que habrá que mantener aceitado para evitar su corrosión.

Por fin la pieza, hecha a base de calor y frío, de acero y voluntad, se muestra en su esplendor. Sigue siendo acero 1075, pero sus propiedades han cambiado. Han superado con creces las del material inicial.

Nos forjamos, templamos y revenimos a diario, nos pulimos y aceitamos para afrontar al eterno y nada compasivo Cambio. O nos abandonamos a la fragilidad, la corrosión, la inflexibilidad, a lo que consideramos nuestra propia e invariable naturaleza. Craso error este, porque sólo de nosotros mismos depende el resultado final del proceso: Igual si trabajamos con inerte acero, que con nuestro propio cuerpo-mente.

Pereza, ignorancia y cobardía son mis principales adversarios. En ellos se originan mis sufrimientos. Es a ellos a los que a diario tengo que afrontar. A los que decidí no dejar triunfar bajo ningún concepto: Este es mi sable, este es mi acero. Sólo yo decido cómo quiero que sea. Sólo yo, por mi propia voluntad, tengo la capacidad de trabajar mi mente hasta llevarla donde quiero.

El dolor que viene del Cambio me resulta inevitable, pero decidí afrontarlo como parte del entrenamiento de mi vida, de mi propio temple. Sin excusas ni reparos. Sin traumas. Sin dejarme baldar por los impactos. Aprendiendo de él y tomándolo como referencia para el disfrute de mi propia alegría. Consciente de que lo que ocurre no es lo que pasa, sino cómo me pasa a mí.  

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