viernes, 9 de marzo de 2012

La luz del desengaño

No hay como el desengaño para acabar con la amistad o el amor. Nada igual para tornarlos en aborrecimiento y luego en indiferencia. Ni siquiera otro clavo saca mejor ese clavo que queda, a veces  incluso, largo tiempo.

Ni nada hay como descubrir la traición para desengañarse. No importa si infiel fue pareja o amigo: La infidelidad al compromiso, a la palabra dada, es un golpe tal a la expectativa sobre aquel en quien se confiaba ciegamente, que catapulta al traidor al otro platillo de la balanza de un solo golpe, sin posibilidad de retorno al lugar original una vez descubierta.

El conocimiento adquirido en el desengaño de la traición, como el conseguido en el infortunio, es, si lo  aprovechamos bien, una piedra de toque de increibles efectos en nuestra vida, un punto de inflexión de aprendizajes únicos sobre nosotros mismos. Una experiencia que ha de ser vivida en toda vida tarde o temprano, y que hemos de aprovechar para asimilarla, sentirla y memorizarla. Para no olvidar que se siente ni por qué se siente. Para crecer y evolucionar.

Porque es en el recuerdo del dolor y la tristeza donde se mide la alegría. Es en el recuerdo del engaño donde quedan para siempre lastres como la culpa, la incomprensión o la añoranza. Es en la lucidez del desengaño donde se origina el desapego, el calmo desinterés, pasadas la niebla de la melancolía, y la tormenta de ira y el desprecio.

Es en ese momento de lucidez cuando vuelve a clarear realmente el cielo.

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