"La adicción es una enfermedad primaria, crónica con factores genéticos, psicosociales y ambientales que influencian su desarrollo y manifestaciones. La enfermedad es frecuentemente progresiva y fatal. Es caracterizada por episodios continuos o periódicos de: descontrol sobre el uso, uso a pesar de consecuencias adversas, y distorsiones del pensamiento, mas notablemente negación."
Fuente: http://www.adicciones.org/
Respecto de las adicciones, no me interesan las historias de personas que ni las han padecido ni las han tratado. Tampoco le adjudico mucho valor, al menos en esto, a las personas que comentan que jamás han caído en ellas debido a su entereza o a su templanza. A quienes si les reconozco coraje y voluntad es a los que, padeciéndolas, han salido de ellas.
Una adicción es una enfermedad crónica que no se puede curar, pero que se puede frenar. Sin embargo, es ponerle este freno lo que de verdad precisa de grandes dosis de voluntad, ilusión, valor y deseo. Son estos, valores que respeto y admiro en un ser humano.
Cualquiera puede caer, como cualquiera puede no caer. Pero cualquiera no frena su enfermedad. Desarrollar o no una adicción, por tanto, carece de mérito. Frenarla tiene muchísimo.
Es triste ver como el enfermo, rehabilitado o no, es estigmatizado, hasta por personas presuntamente cultas, en plena era de la información, como un vicioso, un débil o una mala persona. Es lamentable observar el desprecio que tantas personas llegan a manifestar por quienes han salido del círculo vicioso de la adicción, como si fueran apestados, enfermos contagiosos o como malas influencias que les podrían dar mal nombre. No, a esas personas no hace falta que nadie les de mal nombre: ya hacen gala de él.
Cuando conoces a adictos y escuchas sus historias te das cuenta de que muchos no son diferentes a ti. Te das cuenta de que, en diferentes circunstancias, podrías haber sido tu. Pero cuando escuchas a adictos rehabilitados, especialmente a aquellos que han recaído en alguna ocasión para volver a levantarse, te das cuenta del enorme valor y fuerza que han tenido: primero para reconocer su enfermedad, luego para tratarla y, por último, para salir de ella.
Estos seres humanos, excepcionales entre los adictos - la mayoría morirán siéndolo -, me resultan de enorme interés: se trata de personas que llegan a "quitarse", incluso, en circunstancias totalmente adversas, sólo a base de esfuerzo e ilusión. De pura fuerza de voluntad.
He aprendido a respetarlos, a valorarlos como lo que son: luchadores. He dejado atrás el estereotipo de que se trata de seres débiles y viciosos: he conocido a demasiados hombres y mujeres y pretendidamente fuertes, sólo en apariencia, muy pagados de si mismos, que se hubieran ido a la tumba con su enfermedad de haberla padecido. Y he conocido a hombres y mujeres excepcionales que no se han rendido aún habiendo recaído, que no se han dejado llevar por un camino que sólo tiene cuatro opciones: cementerio, cárcel, manicomio o libertad.
Es a esos hombres y mujeres libres a quienes dedico este breve artículo, con mi respeto y mi admiración. Pero también a esos hombres y mujeres, aún atrapados por su enfermedad, y que tienen en su mano su libertad, su salud, su vida.
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